Pensamiento y conducta

Los «debería» que me impongo me hacen infeliz

Publicado el
altura-nuria-costa

A menudo me pregunto por qué sufrimos tanto. Somos privilegiados en muchos aspectos de nuestra vida pero todo y así sufrimos y ¡mucho! a veces hasta desgastarnos emocionalmente, paralizarnos y llegando a perder todo el sentido a nuestra vida. Sufrimos porque un proyecto no ha salido como esperábamos, sufrimos porque una persona no nos quiere, sufrimos porque las cosas no nos
salen como nos gustaría…en definitiva; sufrimos. ¿Y por qué tanto? ¿Por qué de esta manera?

En primer lugar cabe decir que el ser humano tiene la especial habilidad para alojar hábitos mentales autodestructivos en su mente. Las experiencias negativas las interiorizamos de tal manera que dejamos que formen parte de nuestro yo. Como añadido las exageramos en nuestra preciada cabecita dándoles un poder capaz de demolernos. Por consiguiente, nuestras emociones adquieren un tono negativo y nuestras conductas siguen los mismos pasos. Aquí nos preguntamos el por qué y si es posible encauzarlo de otro modo.

Siguiendo al prestigioso psicólogo Albert Ellis, podemos entender porque este mecanismo de pensamiento se vuelve irracional y tan nocivo para nuestra salud. El autor distingue entre las emociones saludables de;  tristeza, enojo y frustración  a las patológicas de ansiedad, culpa y vergüenza. Dicho de otro modo; cualquier persona puede sentirse triste porque por ejemplo ha sufrido una decepción, pero de esa persona dependerá que esa emoción tome dimensiones mayores llegando a la ansiedad y al sufrimiento extremo. Parece fácil, lo sé, pero tiene una sencilla explicación y ésta alberga un pequeño secreto que radica en los deberías y en las autoexigencias.

La cuestión principal reside en que no nos permitimos fallar, más bien nos sentenciamos por ello y vamos por la vida con imposiciones del tipo; debo ser feliz” “tengo que conseguir…”, “no puedo equivocarme en esto…” Del mismo modo, solemos esperar de los demás y del mundo en general una respuesta rígida. Esto es; “él/ella no puede decepcionarme…”, “él/ella debe…”, “todo el mundo necesita…” Díganme ustedes: ¿qué emoción cabe esperar tener si nos imponemos constantemente no fallar y de repente fallamos? Está claro; el resultado es el castigo, nuestro castigo. Ni más ni menos y no viene de fuera sino precisamente de dentro, del interior de nosotros mismos y de nuestro discurso cognitivo.

Si nos fijamos; pensar en términos impositivos y absolutistas  del tipo “debo” no nos deja espacio para la libertad de elección ¿Cómo sería cambiar estas imposiciones por otras menos dogmáticas? Por ejemplo; “me gustaría ser feliz, pero si hay momentos en los que desfallezco, no ocurre nada malo” o “sería fantástico conseguir este puesto de trabajo pero si no lo consigo no hay motivo para no buscar otro” Ellis considera relevante reemplazar esta “filosofía demandante” de vida, por una “filosofía preferencial” con metas que nos motiven y no con metas que nos sentencien.

A parte de nuestras necesidades básicas (alimento, bebida, descanso…), lo demás no es indispensable, aunque tengamos la extraña habilidad para hacerlo imprescindible. Cometemos el error de traducir nuestros placeres (por ejemplo conseguir un anhelo) en tensiones (si no lo consigo perderé mi bienestar), nuestros entretenimientos (ir al gimnasio, leer un libro…) en obligaciones (si no lo hago significa que me descuido a mí y a mis espacios) y nuestras metas (ascender en el trabajo) en ansiedades (soy un perdedor por no haberlo logrado) ¡Peligro! Pues no hay mayor precipicio que el de nuestros pensamientos, que nos
guste o no, son los que nos hacen caer o por el contrario visualizar que solo se trata de pequeñas piedras superables en el camino.

Núria Costa, psicóloga

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