Pareja y familia

La pretensión de cambiar la personalidad de una pareja.

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Dos personas se conocen. Brotan chispas, estallan fuegos artificiales de colores y solo hay luz alrededor. No hay cabida para la oscuridad y la subjetividad se torna benévola, admirando lo más mínimo del amado. El enamoramiento se hace patente y la obsesión por el idolatrado nos deja algo así como idiotizados ante la magia del otro ser. El hechizo nos nubla la razón. Pero el cerebro es lo suficientemente inteligente como para despertar del encantamiento y un día (si todo va bien) el enamoramiento pasa a su segunda fase; la del amor. Esta es más real, más verdadera, menos embrujada y más realista. En este proceso convive la fascinación y la aceptación. O no. A veces (muy a menudo) la fascinación y la no aceptación. Cuando ocurre esto, se saca una especie de varita mágica. Objetivo: cambiar lo que no gusta del otro, moldear lo que en un principio embrujaba y ahora crispa. En definitiva; la pretensión, no siempre inconsciente de querer cambiar a nuestra pareja.

ESCULPIENDO EL AMOR

Mientras me dispongo a escribir sobre este tema, se me asoma a la mente una imagen. Esta es la de un escultor, que es la persona que ejerce el arte de moldear (en su propia definición el barro, tallar en piedra u otros materiales) una escultura. Intuyo que probablemente dicho artista haya ejercido anteriormente una fantasía, (facultad de la mente para reproducir imágenes irreales o idealizar las ya existentes) con un deseo (el de ejecutar su obra). De esta manera  imagino a alguien creando una realidad externa, con un propósito ascendiente. Y es que no se me ocurre mejor paralelismo para expresar de qué manera  se empieza a querer cambiar el amor de una pareja, cuando en ella hay algo que no agrada, que no llena y que no se acepta.

Es inevitable que en un emparejamiento surjan desacuerdos. Dos mundos distintos se fusionan para compartir muchas parcelas. Ahora bien, cuando esas desavenencias son mal entendidas surgen resentimientos que nos llevan al egocentrismo, al tedio y a la intolerancia. Todo ello nace y se sustenta en el propio sistema de creencias del individuo. Esto es; “yo creo que esto es así (por mi educación, mi manera de verlo y de vivirlo y porque así lo dictamina el saber estar ) y “tú no lo haces de la manera en la que  mí me gustaría»  En parte, esto tiene una explicación llamada “parcialidad egoísta” en la que se postula que los seres humanos tienen tendencia a interpretar los acontecimientos de un modo que les sitúa en el lado más favorable (Beck 1990) Esta parcialidad egoísta en el enamoramiento parece no existir pero resurge a medida que pasa el tiempo. Como bien digo, hasta aquí podría ser más o menos comprensible pero una fina línea separa la aceptación (proveniente del diálogo, la comunicación y la concepción del amor maduro) del enojo y la frustración. Y justo es aquí, cuando se saca esa varita con la intención de cambiar algo que nos fustiga por dentro.  ¿Cómo entender entonces esa fina línea?

En primer lugar, cabe decir que  los seres humanos tenemos tendencia a basarnos en nuestro propio monólogo interior para interpretar el diálogo externo. Esto es; solemos decir; “con esto me irritas” o “con esto me avergüenzas”, cuando en realidad lo que estamos sintiendo es la interpretación que nosotros hacemos de ese acto y no del acto en sí mismo.

En segundo lugar, albergamos una especie de “deberías” que no nos ayudan a comprender al otro cuando su conducta no nos agrada y esto nos lleva a una serie de pensamientos encadenados y distorsionados que nos llevan a la desilusión.

Veamos un par de ejemplos; “si yo estoy casada contigo y voy a comer a casa de tu madre, tú debes hacer lo mismo con la mía” de no ser así y no obedecer a lo que espero (expectativa) de ti entonces pienso que eres un egoísta, o que ya no pones interés en la relación o que…o que…El segundo ejemplo no es muy dispar al primero. Imaginemos que nuestra pareja hace algo que nosotros no aprobamos. Probablemente nuestro primer pensamiento sea un monólogo interno; “¿Por qué hace esto? Si sigue así, no vamos bien y o lo remedio, porque parece no enterarse o bla bla bla…mal.

De esta manera, suelen desatarse pensamientos automáticos que se vuelven extremistas. No pensamos que en eso “eres egoísta” o que simplemente funcionas diferente a mi, sino que bautizamos al otro como egoísta directamente o desaprobamos su manera de ser en su totalidad. Esto es; otorgamos significados simbólicos específicos a cada situación según nuestro propio sistema de creencias y esto no solo juega malas pasadas sino que ampara resentimientos y el deseo de modificarlos.

Eh ahí cuando se cae en esa trampa en la que “a mí no me pasa nada, sino que es culpa tuya y no me gusta eso que haces o dices” por lo tanto, “voy a utilizar estrategias para que cambies de opinión o conducta” como si fuéramos hadas madrinas encargadas de cambiar las conductas y/o manera de ser del otro cuando  nosotros las percibimos como desagradables y no aceptables. 

Hacer de hada, trae consecuencias devastadoras para una relación. En contrapartida, trabajar en el amor trae aceptación y más amor.

Pero y esto ¿Cómo se hace? Desde luego con el amor solo no es suficiente, hay que amarrar las bases de la comunicación, cuidar el afecto, practicar la
empatía, cultivar la sensibilidad y el entendimiento, practicar el compañerismo, reforzar la intimidad, acordarse de la complacencia y sostener el apoyo. De todo ello, destaco el arte de conversar y de saber analizar los pensamientos erróneos que nos llevan a la desintegración de lo que un día nos unió.

¿Podemos cambiar la personalidad de nuestra pareja?

No. No podemos. Enrealidad lo que tenemos que hacer es revisar nuestro sistema de creencias

En resumen; el por qué se quiere esculpir un nuevo amor dentro del existente, reside en la distorsión de pensamientos cognitivos que hacemos de nuestra pareja. Tras escuchar o ver; interpretamos, guiados por nuestro sistema de creencias. Posteriormente caemos en un bucle de pensamientos automáticos que nos llevan a la frustración. Amar de manera madura significa aceptar las diferencias y trabajar en el propio amor. El enamoramiento es una exacerbación de los sentidos, el amor es un arte que requiere de trabajo. Pero no el de un escultor que pretende crear una obra procedente de fantasías, anhelos y carencias sino la de un aprendiz el cual sabe que para aprender, hace falta aceptar las frustraciones, encauzar los errores, escuchar y aplicar las directrices y creer que es posible compartir (no dirigir) nuestra vida afectiva al lado de alguien tan imperfecto como nosotros mismos. Como dice el grande A. Beckcon el amor no basta.

Bibliografía

Con el amor no basta. Aaron T. Beck. Paidós. 1990

Núria Costa, psicóloga

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