Psicología social

Prisión e inocencia: un error psicológicamente imperdonable

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“vivía en una celda de dos por tres metros: oscura, húmeda, infestada de ratas y cucarachas.  Cuando me sacaban me ponían cadenas en los pies, en la cintura y esposas en las muñecas. Salía al patio dos horas el lunes y dos horas el miércoles si no llovía…oyes como se carga la silla: mmm-mmm, 2000 voltios…muchas veces he querido quitarme la vida”

Juan
Meléndez

Declaraciones
en el periódico “La Vanguardia”, 2009

Dieciocho años en el corredor de la muerte hasta que se demostró su inocencia. Días, semanas y años en prisión, esperando su ejecución por un crimen que no cometió. Le salvaron la vida cuando encontraron una grabación en la que el verdadero reo confesaba el delito. Cuando comprobaron la inocencia de Meléndez y autorizaron su libertad, le dieron 100 dólares, un pantalón, una camisa y ninguna disculpa. Entrar en la cárcel con 33 años y salir con 51, cuando estás libre de culpa, no solo traumatiza, sino que supone un castigo psicológicamente imperdonable.

Como él, otros tantos casos, en los que la justicia se equivoca y donde las consecuencias son devastadoras. Hoy, me he tomado la libertad de analizar estos sucesos, desde el punto de vista psicológico y desde mi formación en psicología forense. Ya no solo hablamos de las consecuencias que puede sufrir alguien tras la privación de su libertad, sino de la impotente tortura que implica saber que estás libre de pecado.

Una justicia injusta

Una vez declarada la condena de un reo, la sociedad suele reaccionar con enojo. Conductas como estar a las puertas del juzgado, esperando a gritar de “todo menos bonito”, al culpable de un delito, son comunes. El acoso de la gente,  el menosprecio de la autoridad y la opresión de los medios de comunicación dictarán un mensaje unánime; “eres malo y debes pagar por ello” En ese momento la angustia del presunto reo puede ser tan potente que puede darse desde una psicosis de aparición precoz hasta la ideación suicida.

Consecuencias psicológicas de por vida

Vivir en la cárcel largo tiempo sin ser culpable de una fechoría puede producir secuelas psicológicas, emocionales y familiares muy graves. Todo ello puede acarrear fuertes ataques de ansiedad, frustración, depresión, apatía, desesperanza y un trauma, sin lugar a dudas. Por otro lado, la privación de libertad no solo produce en el ser una sensación de encarcelamiento, sino que también crea un estado de privación sensorial y social. Es usual, que dicha expropiación provoque ataques de agresividad y bloqueo afectivo. 

El tratamiento posterior a la liberación de la libertad de alguien inocente puede ser largo y costoso. Por una parte a nivel individual donde el sujeto puede quedar anclado en una grave depresión, llegando incluso al suicido. Puede también desarrollar enfermedades por un alto nivel de somatización  y puede ser necesaria una revisión psicológica de por vida.

Por lo que respecta al ámbito social, el individuo puede vivir bajo la estigmatización de una sociedad y esto suele afectar también a nivel familiar, con un gran sufrimiento. Tristemente, tras vivir una situación así, sin marcha atrás, las secuelas son gravísimas y pesan hasta en lo laboral. Una persona que ha estado en prisión, todo y siendo inocente, lleva una “etiqueta” difícil de desprender. Socialmente está mal vista y tiene que acarrear con ello durante toda la vida.

El daño ya está hecho

Cuando un caso de este tipo sale a la luz, suele siempre quedar en segundo plano, olvidado entre las páginas de cualquier periódico. La explicación es fácil. Este tipo de información suele quedar confundida y si  la inocencia de alguien no queda muy explícita, suele haber una  tendencia social que invita a las dudas y a las acusaciones. Imaginemos que condenan a alguien por un delito (con lo que ello implica socialmente)  y pasados muchos años anuncian que la autoría del crimen le pertenece a otro. Es probable, que socialmente se generen desconfianzas, vacilación y una cierta perplejidad que puede ser difícil de matizar.  Sería oportuno decir aquí, que una vez que un colectivo “ha bautizado” a alguien por una conducta mala, cuesta mucho quitar esa “etiqueta”. Puede llegarse a la rectificación, pero lo que está claro es que el daño, ya está hecho.

Cuidado con la psicología del testimonio

No puedo dejar de mencionar aquí, la importancia de la psicología del testimonio, que podría definirse como las pruebas que realizan algunos testimonios de delitos para reconocer al autor de los hechos. Numerosos estudios corroboran la peligrosidad de esta prueba, que en algunos casos es suficientemente válida para un juez como para condenar. El arma de doble filo es que a la hora de acusar a un sospechoso, el testigo tiene un recuerdo borroso y como tal puede ser equívoco. Hay una creencia que induce a pensar que tras una fechoría, la víctima recuerda a la perfección lo sucedido. Ciertamente no es así y el estrés, la angustia y el bloqueo emocional, pueden dejar un recuerdo vago y difuso.

Estamos ante un sistema judicial, delicado. Y en casos como el descrito anteriormente, no hay indemnización que te devuelva las consecuencias producidas. Siete años después de la liberación a su inocencia Mélendez relataba en una entrevista; “todavía me despierta el sonido de la silla eléctrica al cargarse…” se siente incómodo entre cuatro paredes mientras pide agua y suda.

Bibliografía

“oyes como se carga la silla: mmm-mmm, 2000 voltios” La Contra, La Vanguardia. Entrevista a Juan Meléndez. Diciembre 2009, Ima Sanchís.

Memoria de testigos. Obtención y valoración de la
prueba testfical. A.L.Manzanero, Ed; Piramide.

Foto: http://www.morguefile.com/archive/display/856850

Núria Costa, psicóloga

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